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Todo discurso que desde las ciencias sociales intenta acercarse a la medicina de un determinado contexto socio-cultural, debería antes que todo seguir las huellas del concepto de salud y de enfermedad que al contexto atañen. Raramente se hace hincapié en el concepto de salud, debido a que representa uno de aquellos rasgos culturales cuya existencia determina el bienestar de un pueblo, por lo que se piensa de tener poco que decir en propósito.
Al contrario en torno al concepto de enfermedad y sobre la manera de curarla, es decir sobre cómo volver al estado de salud, se elaboran una serie de complejas significaciones locales que la cultura construye, significa y re-significa día tras día. Es alrededor de estos senderos que la antropología de vez en cuando intenta caminar.
La salud y la enfermedad saharaui se pueden interpretar por lo menos bajo una doble perspectiva: una que es propia de la medicina hegemónica y alopática, que los saharaui llaman “medicina moderna” o “desarrollada” y otra, la medicina local, llamada “medicina tradicional”.
El proceso de medicalización, y de patologización, a través del cual pasaron y están pasando los saharaui es algo que comparten muchas otras culturas y no sólo del mundo árabe. Uno de los problemas mayores con el que la población local se encuentra a mediar es la tajante interpretación-traducción de la salud y de la enfermedad que realiza la llamada medicina moderna. El sistema médico “occidental” tiene sus bases en una necesidad clasificatoria que se encuentra definitivamente lejos de ser exhaustiva, con respecto de los rasgos culturales de la medicina tradicional. Su ineficiencia epistemológica es evidente en la ausencia de la biografía tradicional del enfermo, de la enfermedad y de su etiología; le falta el significado sociocultural de los códigos locales de la enfermedad. En todo esto la medicina tradicional saharaui toma lo que puede de la medicina moderna; re-significa lo que le parece consecuente con su modelo terapéutico, como se verá en el caso del parto, e ignora lo que no es congruente con los fundamentos de su cultura. Es como si se dejara medicalizar hasta cierto nivel.
Los médicos y los enfermeros que ejercen la medicina moderna no son sólo los especialistas occidentales, cuya presencia es indiscutible en todas las wilayas de los campamentos, sino que son también saharaui que han estudiado en Cuba, en Rusia, en Argelia en España y en Italia, debido a algunos convenios internacionales entre el Frente Polisario y los países mencionados.
El servicio médico público cuenta con cinco hospitales nacionales, si bien al que más acuden los saharaui es el Hospital Nacional Central; además el servicio médico está presente en todas las 4 wilayas de Auserd, Smara, Aaiun, Dakhla, bajo la forma de estructuras hospitalarias y de los comités de salud. El personal hospitalario no es numeroso, porque la mayoría de los jóvenes se van a estudiar al extranjero: Son muy pocos y a veces no se encuentra nadie. Eso se debe a las condiciones de los médicos y de los enfermeros. Por ejemplo porque se van a otros países para mejorar su situación tanto psicológica como material. Además no se les da atención a sus condiciones como médicos y no tienen días feriados, no tienen vacaciones tampoco cuando hay calor, en verano (...). Realizados con bloques de arena y techo ondulado de metal, las estructuras hospitalarias de los campamentos tienen un servicio con el que los saharaui se conforman: somos muy concientes de las condiciones que tenemos y a lo mejor no encontramos todo lo que queremos, pero nos conformamos con cualquier cosa que hay en el hospital. En los campamentos, además de las estructuras públicas: se encuentran varias clínicas de medicina general, de la mujer, de los oídos, de la garganta, del olfato, de los dientes y laboratorios clínicos de análisis.
  Los especialistas de la medicina tradicional saharaui pueden ser tanto hombres como mujeres y curan todas las enfermedades, también las más graves, como la brujería, el mal de ojo, las envidias, las mujeres que no paren, los hombres estériles (...).
Además de ser unos curanderos en el sentido más amplio de la medicina general, entre ellos se encuentran también algunos especialistas, quienes se consultan sobre todo para que ayuden a buscar algo que se perdió, hagiaba, pero también para la cura de las enfermedades, por medio de la lectura-adivinación de algunos elementos: Para leer lo que un paciente busca el hagiaba lee la tierra haciendo dibujos en la tierra y utiliza conchas o piedras o caca seca de animal. Por lo que atañe a la adivinación se menciona también la terapia de la legzana por medio de la cual algunas mujeres especializadas leen e interpretan las conchas.
Otro tipo de especialista es el que utiliza especialmente el rosario islámico, tsbih, y es propiamente el hagiaba. Este tipo de terapia toma el nombre de istijara y es muy eficaz según los saharaui ya que por medio de las oraciones actúa Dios, quien les otorgó el don de curar: Ellos logran curar debido a que creen mucho en Dios, leen el Coran y descubren la enfermedad, pero también la manera en la que se agarró la enfermedad. Dios les dio un don para curar, porque sabemos que cuando se lee el Coran a cualquier enfermo, éste se cura. Quien cura por medio del tsbih escribe las oraciones en un papel, las envuelve en la tela, las cosen y el paciente las tiene que llevar al cuello o en el antebrazo para que no el mal, como el mal de ojo, no le afecte; esto te protege y te cura a la vez. Otra medida terapéutica que se atribuye al hagiaba que cura por medio del Corán es de leer el duaa en el Coran, además la de leer una oración en un vaso de agua, luego te dan esta agua para tomar y así te curas.
Están también especialistas quienes no dominan el Coran como los otros mencionados, pero su profundo conocimiento de dos oraciones fundamentales les posibilita ejercer la profesión de curandero. La terapia consiste en pronunciar estas oraciones, las Muaawidat, y escupir en la persona enferma. La saliva del curandero, el fragmento de su cuerpo que comparte con el paciente, pero también su respiro vital, se vuelve el medio a través del cual pasan las palabras terapéuticas de Allah. De esta manera se aleja la negatividad de la enfermedad, para que el paciente vuelva a insertarse en el orden social que se establece por medio de la salud, contra el desorden, el caos simbólico de la enfermedad. Cabe mencionar un último especialista que utiliza el Corán a nivel terapéutico, pero de manera totalmente divergente con respecto de los otros curanderos mencionados. Se trata de la contraparte del hagiaba y es el muchaauidin (emjadam en hassaniya), el brujo, quien se sirve del diablo para curar y lo hace principalmente leyendo el Corán al revés: al leer las oraciones al revés ponen en función el Diablo. Los muchaauidin son sólo de sexo masculino y no parecen ser muchos entre los saharaui, porque el riesgo de acudir con ellos es que la enfermedad que “curan” en realidad no desaparece, sólo cambia de envoltura corporal, desplazándose en otra persona.
Otro ejemplo de los especialistas de la medicina tradicional saharaui son las comadronas, ellas sí, rigurosamente mujeres.
Cabe decir que por lo general cada médico tradicional, cada curandero, tiene una perspectiva holística del ser humano quien se cura en su totalidad y no por partes. La aparición de algunas especialidades parece más bien el fruto de unos cursos de especialización que se realizan al extranjero, asimismo dentro de los hospitales saharaui con razón de algún proyecto de cooperación, como muchas veces ocurre en estas latitudes. Un discurso a parte merece el trabajo de la comadrona, quien está especializada en todo lo que concierne los partos, pero nace específicamente como ginecóloga-comadrona y los cursos de formación que lleva a cabo dentro de los hospitales son inherentes a la profundización de su trabajo de partera.
Esto de los cursos de especialización es algo que de cierta manera otorga un nuevo significado a la medicina tradicional saharaui porque nadie se vuelve curandero con tan sólo estudiar; se trata de un privilegio de consanguinidad. El don de curar, entrelazado en los eslabones del parentesco saharaui, se hereda de los padres a los hijos, generación tras generación. Pero junto con ese don hay que aprender el arte de la interpretación y de la cura. El aprendizaje es un recorrido que dura años y son los mismos padres quienes enseñan a sus hijos el reconocimiento de las hierbas y de las piedras terapéuticas, su búsqueda y su preparación, así como la compleja interpretación de los signos y de los símbolos de la enfermedad.
De la multitud de las enfermedades que construye cada cultura, se encuentran algunas cuya significación comparte la mayoría de la gente.
Entre los padecimientos que más recurren en la cultura saharaui se encuentran algunos que podemos considerar de la orden de la intencionalidad, producidos por la brujería, como el serra li assachir. Esta enfermedad, esta brujería, afecta al niño antes de nacer, cuando la madre está embarazada, pero también justo después del nacimiento; se trata de una fuerza negativa de Mal provocado. Ello puede tener sus bases en el sentimiento dañino de la envidia, cuya fuerza puede llegar a matar al niño o a provocarle serios problemas psicofísicos al nacimiento. Pero el principio del Mal sobre el que se rige la brujería causa también otras enfermedades como el tucaal, que no se provoca, sino que se otorga, se suministra: dar el tucaal. Para dar el tucaal se utilizan objetos saturados de poder, como pueden ser las uñas o la misma carne de un muerto. Un padecimiento llamado tucaal consiste en personas que te dan comida para embrujarte; en la comida te pueden dar carne de alguna persona muerta o te pueden echar uñas.
Este remedio lo pueden utilizar varias personas y para diferentes fines: Una madre puede utilizar este remedio para pegar al hombre que hace sufrir a su hija, y un hombre puede volverse loco, o se le pueden caer los cabellos (...). El tucaal puede causar también la esterilidad: Los que no pueden tener hijos; esta enfermedad se le llama leagar, han sido embrujados; no es por naturaleza (...).
Otro tipo de enfermedad provocada intencionalmente es el mal de ojo, cuyas fronteras plásticas tienen una extensión muy vasta, desde la cuenca mediterránea hacia Latinoamérica y más. Es el curandero quien reconoce en las tramas de la maldad la etiología del mal de ojo y de la brujería y los cura por medio de un hilo, el jait nira: antes cogen el hilo y leen el Coran sobre el hilo, luego piquetan la persona hasta que se cura, repitiendo el Coran. Otra variable del hilo es un palillo con el que picar a la persona para curarla de varios males, sobre todo los diabólicos: según el hagiaba todas las enfermedades se curan a través del matrag un palo fino i liso, que cogen y arriba le leen el Coran; entonces a los locos le pasan picoteando el palillo por todo el cuerpo y de esta manera matan al Diablo.
La locura es una de las enfermedades que a menudo se atribuyen al descuido individual. Algunas horas del día como el atardecer y algunos lugares como las pozas de agua sucia, son interdictos al pasaje humano, porque se corre el riesgo de enloquecerse: una enfermedad de los locos es debida a que si pasa arriba de la basura, al agua sucia de la ropa, al agua sucia de té, si matas un animal su sangre, todo esto antes del atardecer. El atardecer representa si duda un momento muy crítico del día, uno de éstos en los que es aconsejable limitar las actividades; incluso es preferible no curar: porque si hay diablos alrededor no dejan que una persona se pueda curar. Durante el atardecer es preferible también suspender todas las otras actividades cotidianas: Si te bañas al atardecer te puede tocar el diablo porque en esta hora está en todas partes; a algunos locos aquí les dicen que les tocó el diablo al atardecer. El atardecer representa la salida de los jinn, los diablos, aunque es algo reductivo llamarlos así debido a la complejidad de sus facetas. Los jinn-hombres y las jinniyya-mujeres, se reconocen por el vestuario blanco que llevan puesto, la daraa para el hombre y la melhfa para las mujeres, pero su rasgo de distinción es de tener una sola pierna y en lugar del pié una pezuña de cabra bifurcada; al no ser para el pié su aspecto es igual que un cualquier ser humano. Como habitantes del mundo invisible los jinn viven en un universo paralelo al de los humanos, pero totalmente opuesto al de ellos, se dice que están “en el mundo al contrario”. Los jinn como los seres humanos tienen una religión; los jinn musulmanes conocen el procedimiento terapéutico para que no afecten a los humanos, los jiin cristianos son más sensibles y menos peligrosos debido a que no conocen el Islam y la cura es subitánea.
Al bajar el sol salen de la dimensión extra-humana en donde residen y se ubican en determinados puntos estratégicos, como las pozas de agua, en la sangre de animal muerto que se queda en el piso y en los basureros, con el fin de cruzar el territorio en donde están confinados. De esta manera algunas veces utilizan el cuerpo humano, su envoltura corpórea, como vehículo privilegiado para este pasaje de un territorio a otro y se empoderan de él. Es preciso decir que otras veces es la vista subitánea de un jinn que lleva a la locura y no hace falta que se verifique un vínculo de posesión concreto. La curación llevada a cabo por el curandero define el sentido local de la posesión y consiste en una terapia que libere el alma invasora y la deje libre de irse; pero también consiste en entender quién es poseído, por qué y por quién.
Entre las enfermedades provocadas por el Mal se encuentra el sihaar, propia de la otredad emigrante. El sihaar tiene su significado en el miedo hacia al otro, “el otro de mi” “el otro que no soy yo” que invade el espacio cultural saharaui. El sihaar la traen los emigrantes, quienes por voluntad quieren dañar. Vienen del Sahara y han tenido contactos con los negros del África; te chupan la sangre. Como a querer confirmar la gravedad de esta enfermedad, se dice que no es tan fácil encontrar el remedio terapéutico para ella y que los curanderos no siempre logran curarla.
Pero los curanderos no se ocupan y preocupan sólo de los padecimientos relacionados con el sobrenatural, sino que parte de su trabajo consiste en buscar tratamientos terapéuticos para las enfermedades que afectan al ser humano en la cotidianidad. Una curandera del campamento del “27 de febrero” me dice: Desde que empecé a tener uso de la razón yo curo. Curo quemaduras, fracturas, ojos, problemas estomacales, problemas de riñones. Curo desde que vinimos aquí en los campamentos, curo desde que mi pueblo me necesita.
Se encuentran curanderos quienes curan por medio de las piedras negras y rojas que la mujer saharaui utilizaba en el pasado para el maquillaje, parece que son muy buenas para la vista si se pasan dentro del ojo. Además para la vista es largamente utilizada la melhfa de nila, que según las mujeres saharaui parece tener notables propiedades terapéuticas. Se trata de tomar un trozo de tela de nila y pasarlo arriba de los ojos, masajeando hasta que la piel de los párpados quede de color azul-gris, como el color del tejido. La misma curandera cuenta una parte importante de su botiquín de remedios tradicionales: utilizo plantas de todo tipo, pero también elementos de los animales como el huevo de un avestruz, la grasa de avestruz, los riñones de gacela, los órganos de varios animales, el sebo de camello, la grasa de chivo, el miel de abeja. Según la enfermedad que tenga el paciente se le consigue la cura, ya que la mayoría éramos beduinos teníamos que encontrar curas tradicionales.
Un curandero de la wilaya de Aaiun, quien se construyó una tienda de herbolaria, busca personalmente los “objetos terapéuticos”, como las plantas, los animales, las piedras, en los territorios liberados, pero también en otros contextos. El curandero hace hincapié en ello, especificando que utiliza todo tipo de tratamiento, pero que existen tratamientos propiamente saharaui que provienen del Sahara Occidental: He intentado mejorar la eficacia de estas medicinas y con mi tiempo y con mi estudio he buscado más plantas medicinales. También evidencia que puede curar cualquier tipo de enfermedad y además que investiga a profundidad sobre los remedios tradicionales: yo curo a las mujeres que no logran quedarse embarazadas, la diabetes, el azúcar, los dolores estomacales, las infecciones urinarias, los problemas de menstruación. Nosotros los saharauis comíamos carne de lagarto para curar, pero he descubierto que la carne de lagarto es simplemente carne y lo que cura del lagarto son las plantas que se come, por lo que he buscado las plantas que se come este tipo de lagarto del desierto.
Otros curanderos de la wilaya de Smara mencionaron detenidamente algunos tratamientos para las que identificaron como las enfermedades cotidianas más comunes entre los saharaui, como el mal de estomago o de panza, el aurag, el eguindi, la coriza, la suerga, las enfermedades de los ojos como la conjuntivitis, en fin la diabetes.
El mal de estomago se cura con dos tipos de plantas llamadas hojas de etal-lah y taguia, las dos se lavan y secan, luego se muelen y se les adjunta el aalik, la savia de los árboles, en fin el preparado se mezcla con agua y se da de tomar al paciente.
Para el mal de panza se conseja de comer la mantequilla de cabra o de camello con el fin de limpiar el intestino; otro remedio para el mal de panza consiste en hacer el té y luego adicionarle las raíces de una planta que se llama um rikba, después de haber tomado este remedio se conseja beber un vaso de hojas de etal-lah y taguia, siguiendo el mismo procedimiento que se utilizó para el mal de estomago.
La enfermedad del aurag se debe al aumento de azúcar en el cuerpo y su tratamiento consiste en tomar pedacitos de un fruto llamado jarrub (algarroba), que para ser eficaz sería mejor que fuera seco, por lo tanto de color amarillo. Entonces se le quita la cáscara, se muele y se consuma así, sin agregarle líquidos. Otro remedio para curar el aurag es la legliya, una sémola que se lava, se seca y luego se tuesta con arena caliente; también este remedio se come así seco, sin añadirle líquidos de ningún tipo. La enfermedad llamada guindi es debida a un exceso de sal en el cuerpo, pero también al exceso en su significado más general. Se puede tomar comiendo cualquier alimento demasiado picante, demasiado salado, con un sabor excesivamente fuerte. Su tratamiento consiste en que el paciente beba la leche de camello y azúcar pura o aalik y azúcar pura, mezcladas con agua hasta que tomen cierto espesor. El guindi también se puede curar comiendo unos dátiles duros y amarillos sin hueso, puestos en agua durante toda la noche a remoler. Este compuesto se debe comer a la mañana siguiente.
La enfermedad de la coriza, un fuerte resfriado, se cura con leche en polvo disuelta en agua a la que se añade una planta llamada camuna, se deja hervir y el paciente debe inhalar los vapores tapándose la cabeza con un pañuelo para que las partículas benéficas no se dispersan en el aire.
La suerga es una enfermedad de la boca que causa fuertes dolores y a menudo la caída de los dientes. Su cura consiste en una mezcla de carne seca, tichtar, cristales de sal no refinados aún en forma de piedra, una planta llamada sal-laha, y azúcar pura, no tratada. Todos estos ingredientes se muelen y se ponen en las encías durante la noche; en fin por la mañana se enjuaga la boca. Otro remedio para la enfermedad de la suerga es hacer enjuagues bucales con agua en la que se puso a hervir una planta que se llama rimza.
Las enfermedades de los ojos, como pueden ser la conjuntivitis y los granos, se curan con dos granos de aalik y un grano de zneina, molidos arriba de una piedra plana llamada safía. Este compuesto se aplica dentro del ojo con un algodón las veces necesarias, hasta la completa curación. Otro remedio consiste en aplicar en los ojos los granos de aalik, un grano de zneina y las cáscaras de huevo de avestruz, agregándole un poco de mantequilla.
En fin, el tratamiento para la diabetes tiene varios y heterogéneos tipos de remedios tradicionales; entre los más comunes se mencionan: - la legliya tostada, molida, a la que se la agrega agua, mantequilla de camello o de cabra; - el hígado crudo de camello; - carne cocida con el carbón o con el arena; - piel de camello seca y tostada y ludek.
La mujer en la cultura saharaui es de hecho la piedra sobre la cual se erigió la sociedad actual en la realidad de los campamentos, cuando debido a la guerra la ausencia del hombre hizo aún más evidente la fuerza femenina; pero es siempre ella quien devolvió la sociedad saharaui a los mismos hombres quienes ahora regresaron, están y mandan, sin duda.
La compleja imagen que reenvía la mujer saharaui, ejemplo de libertad y autonomía, se explicita también a través del rol que ella encarna como portadora – contagiadora de enfermedades hacia los recién nacidos. La mujer saharaui embarazada es más frágil que nunca, sobre todo durante los primeros meses. Con la expresión luham se entiende un cambio muy fuerte en las mujeres; basta con decir que no quiere tampoco los vestidos del marido dentro la jaima, ya no comen todo, son raras (...).
Pero la mujer está sobre todo más expuesta a un sentimiento que la sociedad estigmatiza en sus códigos de significación: el deseo, el shahua en hassaniya. Es este deseo que se puede verbalizar durante el embarazo que la vuelve potencialmente culpable.
El shahua es propiamente un antojo, hacia cualquier objeto, comida, ropa, animal, etc. que la mujer puede llegar a querer, a desear. Puede verbalizar su deseo y comunicarlo a su marido o a su familia, o callarlo y quedarse con él, sin decirlo a nadie. Durante una entrevista se contó que una mujer estaba embarazada y vio que una amiga suya poseía una jaima nueva muy bonita. Ella empezó a querer una jaima como la que había visto, pero no se lo dijo a nadie, se puso en la cama y ya no se quiso levantar durante días; empezó a no comer y a vomitar a menudo. La madre de ella entendió que se estaba enfermando de shahua y se recordó de un comentario que había hecho su hija sobre la jaima en cuestión. Entonces se fue a comprar tejidos para embellecer la jaima de la hija y pidió ayuda a todas las hermanas para que la ayudaran. La mujer enferma, viendo que su deseo se estaba realizando se levantó de la cama como si nada hubiera pasado y empezó a comer; en fin, se curó.
En este caso no hubo consecuencias ni para la madre, ni para el niño, pero por lo general los problemas surgen cuando nadie logra adivinar el objeto de este deseo y por lo tanto los familiares no lo pueden satisfacer. Es en casos como éstos que las huellas del deseo materno se imprimen en la piel del niño bajo la forma de una mancha color café o roja, el-hakka, si la madre se toca una determinada parte de su cuerpo, la misma en la que se quedará impreso su deseo.
Un curandero cuenta: Mi esposa cuando estaba embarazada tuvo un deseo muy fuerte de tener una alfombra, pero no me lo ha dicho; entonces cuando tuvo el antojo se rascó la panza y allí se quedó impreso su antojo en el niño.
En el peor de los casos el antojo materno llega a concretarse visiblemente en las deformaciones físicas y psíquicas del recién nacido. Se dice que si la madre desea profundamente un animal durante el embarazo, es probable que en niño salga deformado, como si tuviese las características de animal querido. Sin duda se trata de un momento muy crítico en la vida de una mujer, quien se arriesga a comprometer su prole de continuo. Frente a la sociedad saharaui es la madre quien es responsable de la enfermedad de los niños al dejar libre el deseo.
Las mujeres de la familia materna, pero también el marido, intentan estar sumamente pendientes de la mujer embarazada, intuyendo lo que podría querer, lo que podría llegar a desear, para que ella no se enferme, pero sobre todo para que el hijo no traiga puesto el signo evidente de la culpa materna.
La etiología del deseo deja espacio a otro rasgo cultural que afecta a las mujeres embarazadas: el-jal’a, el susto. La palabra árabe jal’a deriva de un verbo que significa “desenraizar”, “extraer violentamente de su elemento”.
Menos culpable que el antojo femenino, el susto de las mujeres embarazadas dirige parcialmente la culpa materna hacia la casualidad. Una mujer encinta es susceptible de asustarse como todas las otras mujeres u hombres saharaui; la diferencia reside en que el jal’a padecido por una mujer embarazada no tiene el mismo efecto que en las otras personas. Con respecto de la fuerza del susto en la cultura saharaui, un refrán dice: el susto es peligros porque pone la joven embarazada en la tumba y el camello en el sartén.
La salud de la madre y del niño puede ser comprometida seriamente debido a varios factores que son parte de la cotidianidad del desierto, como la visión repentina de un animal, un coche que llega inesperado, un fuerte viento o más. Una curandera destaca que: si una mujer cuando está embarazada se queda fijada con algún enfermo o animal enfermo, o alguna cosa fea, el niño nace con problemas, por si a caso nace. Otra curandera aclara la evidencia: La madre se puede morir y el niño puede nacer retrasado, con falta biológicas, sin órganos (...).
Cabe decir también que en la cultura saharaui el rastro de guerra queda impreso tanto en la memoria individual y colectiva, como en los cuerpos de los que entonces eran muy pequeños, como lo destacan tres mujeres entrevistadas:
Una señora embarazada durante la guerra vio a un militar saharaui herido, con un pie picado, y el niño nació con un solo pie (...).
En la guerra del Frente contra Mauritania había una señora embarazada que vio unos aviones mientras bombardeaban; ella se asustó y el niño salió con la mancha de los aviones en el brazo (...).
Cuando los niños nacen minusvalidos es debido al susto que la mujer ha padecido. De hecho durante la guerra nacieron muchos niños con daños físicos, sin algún arto u órgano (...).
El jal’a como el deseo tiene su resolución terapéutica en el cuidado de la mujer durante el embarazo; es necesaria una atención particular y evitarle emociones demasiado fuertes, pero también cuidar de ella después del periodo de gestación, justo a la hora de parir: Si al momento del parto ella se recuerda de esto que se le quedó impreso, entonces está curada. Por un lado justo durante el parto si la madre no recuerda nada del susto que tuvo se le tienen que mencionar o traer los animales, los objetos, las personas, etc. que pueden haberla espantada; al nombrarlos se aleja la eficacia dañina de tales elementos: A una mujer cuando está pariendo o justo antes de parir le traen algo que realmente la asustó, para que el susto salga y de esta manera el niño nace bien porque el susto no se le pegó. También está alguien que dice que es necesario volver directamente en donde se agarró el jal’a, para que la cura resulte eficaz: Dicen que hay que volver en donde se tomó el susto para que quien lo ha padecido se tranquilice, para que no nazca el bebe con las características de lo que asustó a la mamá.
Otra variable local es la que necesita de la evidencia material del Mal para que la cura sea eficaz: después de que el niño ha nacido, éste se tiene que envolver con la ropa de la persona que asustó a la mamá; así el niño se curará. Pero también hay quien habla de imposibilidad y devuelve a la madre la responsabilidad de haberse asustado: Si no se recuerda es imposible curarla. A veces intentamos hablarle hasta que se calme el susto, para que el efecto no sea tan grande.
Sólo un grupo de mujeres hizo referencia a un rasgo que de cierta manera otorga más autonomía a la mujer con respecto de la curación familiar del susto; esto es, la capacidad que una mujer tiene de cuidar de sí misma y de automedicarse sin ser curandera. Al padecer una impresión subitánea que la espanta, la mujer se debe sentar, mirar antes que todo las uñas y luego las manos en donde hay como un reflejo del susto, entonces debe abrir y cerrar las manos con el palmo hacia el rostro varias veces, repitiendo la oración subhan Allah siempre con la mirada fijada en las uñas, para ver si la evidencia dañina se fue.
Lo que comparten las enfermedades del shohua y del jal’a es la potencialidad de dañar, marcando a los niños con el-hakka, por medio del trauma padecido por sus madres, que frente a la sociedad se culpabilizan por los males de su prole.
Dentro de la cultura saharaui el parto tradicional llevado a cabo por una comadrona de confianza es todavía una práctica muy difundida, sobre todo para las mujeres más adultas quienes aconsejan a sus hijas de hacerlo, porque ellas mismas así lo realizaron: hemos crecido niños sin el hospital y lo podemos seguir haciendo así.
Actualmente las más jóvenes prefieren parir en el hospital para que la salud tanto de ellas como del niño no corra ningún riesgo; de hecho son las mismas comadronas quienes prefieren que el parto se realice en el hospital para trabajar en toda seguridad, pero también para no tomarse la responsabilidad de complicaciones que sería difícil resolver en la casa: Generalmente quieren parir en el hospital, pero si tienen una comadrona de confianza paren en la casa. Según en Ministerio de Salud se debe parir en el hospital para la seguridad de la madre y del niño. Nosotras siempre pedimos a las señoras que paran en los hospitales para no correr riesgos y para que la comadrona pueda seguir bien el parto.
La posición de algunas comadronas es aún más radical con respecto del cuidado hospitalario en torno al parto: Si alguien me llama porque no quiere ir al hospital yo personalmente no la sigo si antes no se sacó los análisis, si no me enseña su carné del hospital; no la ayudo para no tener responsabilidades. Más de una comadrona confirmó que la responsabilidad que se toman, y que les dan, tiene sus límites si pasa algo a la mujer o al niño: si la mujer se enferma y el niño se muere o algo, la responsabilidad es de la familia; esto porque no decidieron llevar la mujer al hospital.
La formación hospitalaria que el Ministerio de la Salud junto con las organizaciones internacionales pone a disposición de las comadronas, modificó tajantemente la idea que del nacimiento tienen los saharaui. Son ellas, las parteras, quienes por primeras después de la sensibilización en torno al parto por la medicina alópata, prefieren definitivamente las condiciones del hospital para atender a una paciente: El ministerio de Salud cada domingo organiza una reunión con las comadronas que no trabajan en el hospital para formarlas. El objetivo es que exista un dialogo entre las comadronas tradicionales y las comadronas que están en el hospital. La diferencia entre las casas y los hospitales es que en el hospital hay mejores condiciones para hacer el parto más fácil; en la jaima es más duro, más difícil. Nosotros no queremos hacer el parto en la casa, preferimos en el hospital, para alguna urgencia es mejor, es más seguro.
Otra razón que según las comadronas atañe a la seguridad del parto es la calidad del tiempo en el que una mujer se queda en observación después de haber parido: Cuando una mujer pare, se queda en el hospital de la wilaya durante 24 horas en observación, luego se traslada al hospital de la daira para algunos días hasta que no esté bien. Si pare en la casa, en la jaima, la comadrona sigue la mujer una semana, hasta que pueda caminar.
Una comadrona que trabaja en el hospital de Smara, y que ha colaborado largamente con organizaciones italianas y españolas, hace énfasis sobre la necesidad de un parto seguro para la mujer y para el niño y evidencia sobre todo la importancia de los instrumentos que se utilizan durante el parto: Nuestro objetivo como comadronas que trabajamos en el hospital es de darle formación a las comadronas tradicionales. Estamos formando a estas comadronas para que lleven las mujeres a parir al hospital. Gracias a Dios las comadronas tradicionales tienen más conciencia de esto debido a las conferencias que realizamos a nivel de dairas y de barrios. Ya todos saben que no pueden y no tienen que correr el riesgo; de que hay que llamar el hospital y de que hay que utilizar material desechables, porque se pueda utilizar en cualquier lugar.
No obstante, como mencionado al principio, las mujeres mayores aconsejan a sus hijas el parto en la casa, en la jaima, como lo hicieron ellas: Hay algunas mujeres nos obligan a hacerlo en su casa. Las mujeres mayores generalmente no tienen confianza en el hospital o en la medicina moderna. Hay algunas jóvenes que prefieren los hospitales; pero dejan que sus madres decidan por ellas, por miedo, prefieren hacerlo acerca de sus madres.
Las comadronas destacan que en pasado el parto tenía rasgos de complejidad definitivamente mayores, sobre todo debido a las herramientas que se tenían a disposición y al desconocimiento de la peligrosidad de algunas técnicas utilizadas para ayudar la mujer a parir: Antiguamente las comadronas tenían que tener la uña del pulgar bien larga y afilada, porque con ésta cortaban la vagina cuando el bebé debía salir. Éstas son técnicas antigua, nosotros decimos: “la necesidad obliga”.
Por lo que atañe al niño, otra técnica que actualmente se volvió obsoleta era la de medir el cordón umbilical hasta la rodilla del bebé, entonces se cortaba con un cuchillo y se cerraba con una cuerda muy fina. Ahora ya no se corta el cordón con el cuchillo porque trae infecciones y tampoco se deja tan largo, pero para que cicatrice bien se machaca el polvo de henna y se pone encima del cordón.
Por lo que respeta a los tratamientos y a las técnicas durante el parto, se puede decir que tanto en pasado como en al actualidad la mujer no se podía aliviar de ninguna manera, no se utilizaban remedios particulares para el dolor porque, como lo destacan las comadronas, podía ser peligroso: Con respecto al dolor del parto no hay ningún remedio; generalmente la mujer tradicional decía que no se le podía dar a una mujer embarazada porque podía salir mal el niño; así dejan que la mujer sufra con dolor.
Si bien a la parturienta no se le otorgaba ningún remedio específico para el dolor, para facilitar el parto existían y existen algunos tratamientos que se agregan a la lectura del Corán, que llevan a cabo tanto la mujer que pare, como la comadrona. Uno de los tratamientos más difundidos es el tratamiento del abuaj cuya eficacia reside sobre todo en la importancia que tiene el incienso, bajur, en la cultura saharaui, pero concierne también la realidad del contexto desértico y de sus temperaturas: La mayoría de las mujeres saharaui llevan mucho aire en el cuerpo, entonces se quema el incienso en el brasero y la mujer se para arriba, abre la falda para que le entre dentro el aire perfumado; esto es el abuaj. Una variable de este tratamiento, que tiene el mismo fin que la mujer no tome frío, consiste en calentar unas piedras de varios tamaños y formas y vaciar agua muy caliente arriba de ellas: esto es para aliviar el parto y es para evitar que entre el frío en el cuerpo de la mujer porque dañaría la salud tanto de ella como del niño. Al agua tal vez se le pueden agregar algunos clavos, gurunful, machacados y luego puestos a hervir con el agua que se vaciará en las piedras.
En otras ocasiones en lugar que las piedras se calienta la arena para que el cuerpo de la madre no tome frío: A veces en lugar que la piedra calientan la arena y la ponen como si fuera un colchón arriba de la cual se pone la mujer antes de parir. Estos tratamientos se utilizan para los partos que se hacen en el invierno, no en el verano; están relacionados con la temperatura fuera.